El sueño de Armageddon
El hombre de cara pálida subió al vagón en Rugby.
A pesar de las prisas del mozo que le llevaba el equipaje, se movía con lentitud; advertí, cuando aún se encontraba en el andén, que parecía encontrarse muy enfermo.
Tras lanzar un suspiro, se dejó caer en el asiento situado frente al mío, hizo un intento por arreglar su manta de viaje y después se quedó inmóvil, con la mirada perdida en el vacío.
Al cabo de un rato pareció darse cuenta de que le observaba.
Me miró y estiró una mano extremadamente débil en dirección a su periódico. Luego volvió de nuevo la vista hacia mí.
Fingí leer. Temí haberle molestado involuntariamente, pero al momento me sorprendió encontrarle dirigiéndose a mí.
Perdón dije, ¿decía usted?
Ese libro repitió mientras señalaba con un dedo huesudo es sobre sueños ¿verdad?
Desde luego le contesté, pues se trataba de los Estados del Sueño de Fortnum-Roscoe y el título aparecía en la cubierta.
Permaneció en silencio durante un rato, como si estuviera buscando las palabras.
Sí dijo por fin, pero no le dicen a usted nada.
Al principio no entendí lo que quería decir.
No saben añadió.
Le miré a la cara con un poco más de atención.
Hay sueños dijo, y sueños.
Nunca suelo discutir ese tipo de enunciados.
Supongo… dijo titubeando. ¿Sueña usted alguna vez? Quiero decir añadió, algo que se le quede fuertemente grabado en la memoria.
Sueño muy poco contesté. Dudo que tenga más de tres sueños al año que pueda recordar.
¡Ah! exclamó, y por un momento pareció dedicarse a rememorar sus pensamientos.
¿Y a usted no se le mezclan sueños y recuerdos? preguntó directamente. ¿No se ha encontrado alguna vez ante la duda de decir: «habrá ocurrido esto o no»? ..........